2006-03-01
- A pocos kilómetros de Buenaventura, las
comunidades negras e indígenas de Bahía
de Málaga conviven en medio de una gran diversidad
biológica. Un frágil paraíso
que se encuentra amenazado.
Agua por arriba, agua por abajo,
agua que salpica por todas partes. Sólo una
estrecha franja de selva color verde plomizo separa
el mar gris de la una nube blanca que cubre todo
el cielo. Agua salada y agua dulce que se mezclan
en este paraíso tan distinto a los que venden
en los planes de vacaciones todo incluido.
A unos 20 kilómetros al
noroeste de Buenaventura, la bahía de Málaga
es un lugar estratégico para la conservación
biológica. Allí convergen las dos
grandes regiones del Pacífico colombiano.
La sur, que se caracteriza por su amplia zona plana
con litorales cubiertos de manglares. La norte,
la de las serranías de Baudó y los
Saltos, la de acantilados cubiertos de selva donde
rompen las olas. En este punto de encuentro convive
una gran diversidad de especies de flora y fauna,
varias de ellas exclusivas de la zona. 60 especies
de anfibios, 114 de reptiles, 16 de peces de agua
dulce, 148 de peces marinos, 57 de aves marinas,
360 de aves terrestres… un listado similar de mamíferos,
de plantas y un atractivo adicional entre julio
y octubre: las ballenas jorobadas (Megaptera novaeangliae)
que llegan desde la Antártida a las tibias
aguas de la bahía para dar a luz y criar
sus ballenatos.
El contorno de la bahía
Málaga es un acantilado rocoso rodeado de
selvas. En el centro, el archipiélago de
La Plata. Son más de 100 islas e islotes
que forman un laberinto de esteros y canales, un
paisaje que cambia a cada hora como consecuencia
del complejo sistema de mareas que cubre islas y
despeja playas. En quiebra, la diferencia entre
la marea baja y la alta es de dos metros y medio.
En puja, de más de cuatro metros. Ese sube
y baja del nivel de las aguas es el reloj que marca
el ritmo del Pacífico.
A medida que la lancha se interna
en la bahía de Málaga el ímpetu
de las olas disminuye. A lo lejos comienzan a aparecer
unos riscos y el lanchero disminuye la velocidad
para evitarlos. La primera parada es en La Plata,
un poblado con unas 50 casas de madera, casi todas
sobre pilotes. La playa está repleta de grandes
conchas de piangua (Anadara tuberculosa), un molusco
que los habitantes capturan en los alrededores y
que, además de ser una de sus fuentes de
sustento, es la especialidad culinaria del lugar.
En las calles caminan y juegan niños con
sonrisas perfectas y vestidos inmaculados. Los hombres
conversan en las puertas de las casas mientras el
mar comienza a retirarse. La playa se hace más
y más ancha y las dos islas de enfrente se
vuelven una sola.
El Consejo Comunitario de La Plata
administra las 7.000 hectáreas de los territorios
colectivos que ya les fueron titulados a la comunidad.
Según explica Luis Carlos Hinojosa, líder
del Consejo, en estos momentos está en proceso
la titulación de unas 30.000 hectáreas
más, lo que le permitiría a la comunidad
ejercer un control de casi todo el territorio circundante
de la bahía, salvo la zona de la base naval.
Los biólogos descubrieron
no hace demasiados años que en las estrategias
de conservación es indispensable trabajar
codo a codo con las comunidades. En el Pacífico
colombiano, hace más de 300 años los
afrodescendientes reinventaron su cultura y aprendieron
de los indígenas y de la práctica
diaria a extraer los recursos del mar y la selva
sin agotarlos. Sin ellos no pueden sobrevivir como
comunidad. Si acaso como asalariados, y casi todos
se verían obligados a migrar a los cinturones
de miseria de Buenaventura, de Cali, de Bogotá.
Entidades del gobierno central,
departamental y del municipio de Buenaventura, así
como universidades, fundaciones científicas
y sociales y ONGs (CVC, Dimar, WWF, las fundaciones
Yubarta, Cenipacífico, Calidris, por citar
algunas pocas), tienen muy clara la importancia
ecológica de la bahía. Además
de investigar sobre el estado de los ecosistemas
y la base social, también adelantan programas
con las comunidades. Por ejemplo, la Fundación
Yubarta, la CVC y la Dimar han adiestrado a los
lancheros de Juanchaco y Ladrilleros para que los
turistas observen las ballenas sin molestarlas.
Como resultado del Festival de las Migraciones a
lo largo de todo el litoral Pacífico han
aparecido agrupaciones de música tradicional
del Pacífico (marimba, bombos, cununos y
guasás) que le cantan a las especies migratorias
como las ballenas, las aves y las tortugas, y hablan
de cómo proteger los bosques y los ríos.
A diferencia de las vecinas localidades
de Juanchaco y Ladrilleros, donde se impuso el turismo
chancleta administrado más que todo por gentes
llegadas de afuera, los habitantes de La Plata pretenden
impulsar un estilo de turismo respetuoso con el
ambiente. Un rápido recorrido en la lancha
muestra, en primer plano, los manglares de las orillas
y, más atrás, las selvas de colina
que lanzan sus hojas y semillas a las aguas quietas.
Las angostas entradas parecen fiordos verdes. En
La Piscina, un pozo natural en el que desemboca
un riachuelo con una pequeña cascada, comienza
un sendero ecológico que permite apreciar
los distintos tipos de vegetación y, con
algo de suerte, encontrarse con algún animal
silvestre. La Sierpe son dos cascadas de unos 50
metros que caen por un acantilado rodeado de árboles
a las aguas de la bahía. Cuando promedia
la tarde se abre el cielo de pronto y la bahía,
con sus islas, sus acantilados y sus selvas, luce
esplendorosa, invencible.
Pero, como suele suceder en todos
los países del trópico, se trata de
sistemas muy frágiles que reciben toda suerte
de amenazas: contaminación, uso indebido
de los suelos, deforestación, desarraigo,
pérdida de los conocimientos ancestrales,
conflictos por la tierra, desempleo, violencia,
marginalidad. Basta ver la vecina Buenaventura para
imaginar lo que sucedería allí si
se lleva a cabo la construcción del puerto
previsto para la Bahía de Málaga.
Como señaló Manuel Rodríguez,
ex ministro del Medio Ambiente, una obra de estas
características provocaría un gran
desastre ambiental y social.
Acaba de terminar el recorrido
por la Bahía. Sobre el muelle de Juanchaco,
de cara al viento, unos alcatraces permanece suspendidos
como si fueran cometas. Por una rendija que dejan
las nubes y el mar se cuela un rayo de sol que pinta
de verde muy intenso la isla Palma y de plateado
las aguas donde cada año los ballenatos recién
nacidos juegan por primera vez con sus madres.
(*) Tomado de la Revista Semana
Edición No. 1241 de febrero 13 al 20.
Publicado en este sitio web con permiso del autor.
(**) Eduardo Arias es periodista y editor de Cultura
de la Revista Semana.
En las aguas mansas
Por: Eduardo Arias
Tomado de la Revista Semana Edición No. 1241
de febrero 13 al 20