08 agosto 2007 - Internacional
— Greenpeace ha denunciado enérgicamente
que el acuerdo de cooperación atómica
entre Francia y Libia y la venta de un reactor
nuclear al país dirigido por el coronel
Gadafi evidencia las tres principales debilidades
de la industria nuclear: sus vínculos
con la proliferación de armas, su estancamiento
económico y la falsedad de su campaña
de lavado de imagen.
Tanto en Libia como en Argelia,
Sarakozy quiere asegurar el abastecimiento
de hidrocarburos y a cambio ayudarles con
la energía nuclear. El interés
de Sarkozy por los hidrocarburos demuestra
que ni Francia a conseguido que la energía
nuclear vertebre su suministro energético.
Oficialmente, el reactor
vendido a Libia tiene por objetivo desalar
el agua de mar para abastecer al país
con agua dulce. ¿A quién pretenden
engañar? La motivación profunda
de los Estados para acceder a la energía
nuclear siempre ha sido ganar consideración
como nación y como potencia, por la
vía de la posesión de armas
nucleares” - ha declarado Carlos Bravo, responsable
de la campaña sobre energía
nuclear de Greenpeace España.
Y Gadafi lo ha intentado
desde el primer día. Inmediatamente
después de llegar al poder en septiembre
de 1969, el coronel Muammar el Gadafi hizo
público su deseo de poseer armamento
atómico. Envió a un emisario
a Egipto, el mayor Jalloud, con el encargo
de adquirir una bomba atómica. Cuando
no lo consiguió, Jalloud se fue a China
a intentar comprarla allí. Por supuesto
Chou En-Lai no quiso vender la bomba, pero
a cambio le ofreció asistencia en investigación
y desarrollo nucleares.
El acuerdo entre Francia
y Libia pone en evidencia, para Greenpeace,
los riesgos de la proliferación nuclear
con los que nos enfrentaríamos si la
industria nuclear consiguiera relanzarse,
como pretende con su campaña de relaciones
públicas. Los ejemplos de La India
y Paquistán, que poseen la bomba nuclear
– o más recientemente los casos de
Corea del Norte e Irán – ilustran estos
riesgos. La lista de los países que
pretenden hoy en día acceder a esta
tecnología muestra el alcance del desastre
sobre la seguridad mundial que representaría
una mayor generalización de la energía
nuclear y la imposibilidad de unos controles
internacionales que ya hoy son problemáticos.
Sin embargo, es todavía
más significativo que la industria
nuclear necesite a un Presidente de la República
Francesa para vender un minireactor y que
además se trate de una buena noticia
para el sector. Más aún cuando
se tiene en cuenta que la desalación
de agua requiere minicentrales de 300 MW.
Según los últimos datos del
Organismo Internacional de la Energía
Atómica, en el mundo hay 429 reactores
nucleares en operación – desde los
103 en Estados Unidos hasta sólo uno
en Armenia --, 25 más en construcción,
76 planificados y 162 propuestos. Datos que
están lejos de reflejar un negocio
floreciente.
En países ricos en
combustibles fósiles como Libia, la
única manera de justificar la fabricación
de una central nuclear es la reducción
de emisiones de CO2 que supondría.
Se trata, sin embargo, de un ejemplo peligroso.
Para que la aportación de la energía
nuclear fuera relevante en la reducción
de los gases de efecto invernadero, debería
aportar una tercera parte de la demanda mundial
de electricidad el año 2075. Para hacerlo
posible sería necesario construir cuatro
nuevas centrales nucleares cada mes, durante
los próximos 70 años. Francia,
que ahora obtiene el 78% de su electricidad
de 59 reactores nucleares, nunca ha alcanzado,
ni remotamente, esta capacidad de construcción.
Si, pese a todo, este imprevisible
escenario se materializara, la creciente demanda
ejercería presión sobre el suministro
de uranio, y obligaría a explotar yacimientos
menos ricos, que precisan de más combustibles
fósiles para la extracción y
el refinado.
La verdadera solución,
si lo que se busca es el bien común,
es retirar – lo antes posible – la energía
nuclear del mix energético mundial.
Finalmente, el acuerdo Franco-Libio
muestra la falacia del discurso que, aprovechando
la preocupación generalizada ante la
inestabilidad de los países productores
de petróleo, presenta a la energía
nuclear como una alternativa con un suministro
procedente de países estables. La central
nuclear en juego es la moneda de cambio que
AREVA, la empresa pública nuclear francesa,
paga a Gadafi por haber ganado el concurso
de prospección de los recursos de uranio
libios – entre ellos, los yacimientos de uranio
de Aozou, arrebatados al Chad durante la invasión
de diciembre de 1980. El diario francés
Le Monde ha anunciado que pronto se iniciará
un nuevo programa franco-libio de investigación
y prospección. “Que libia pase de la
noche a la mañana de ser un estado
terrorista a un socio privilegiado demuestra
hasta qué punto la geopolítica
del uranio puede parecerse a la del petróleo,
sobre todo en situaciones de escasez”-- ha
añadido Bravo.
Así, pues, para Greenpeace,
el acuerdo entre Sarkozy y Gadafi es el mejor
anuncio de que la única opción
segura, seria, responsable y económica
al abastecimiento energético del futuro
es la suma del ahorro y la eficiencia energéticos
(el uso inteligente de la energía)
y el despegue de las energías renovables
– y más en países como Libia
y Argelia, cuyo “banco de irradiación
solar” es inmenso.