Publicado el
19 abril 2014 | Hemos vuelto al fiordo de
Wahlenberg, en la parte oeste de la isla de
Nordaustlandet, para refugiarnos del mal tiempo
y evitar el hielo a la deriva que el viento
está empujando desde el norte. Por
la noche aparcamos en el hielo marino que
se mantiene anclado en el fiordo, muy cerca
de donde estuvimos el domingo pasado. El paisaje
es impresionante: suaves lomas nevadas bordean
el fiordo, y los glaciares caen sobre la inmensa
planicie helada, formando descomunales precipicios
de un azul tan intenso que parece irreal.
Después
de desayunar nos entreteníamos en la
oficina, un confortable espacio que hemos
ocupado en la planta superior del barco, en
la parte trasera de la zona donde están
los mandos, sin imaginar lo que nos deparaba
el día. Nuestro mejor observador de
fauna, el sueco Tom Arnbom, ha levantado la
vista y ha dicho muy serenamente: Polar bear.
Hemos corrido a las ventanas, y allí
estaba: un oso polar paseando entre pedazos
de hielo, mucho más cerca del barco
que el del otro día. Se movía
con decisión, parando de cuando en
cuando para oler el suelo, buscando focas
bajo la nieve. Era una zona con montones de
hielo y nieve acumulada, un buen terreno para
cazar, y hoy ha sido un día de suerte.
Ha desaparecido un rato detrás de un
pequeño trozo de iceberg, y al reaparecer
llevaba algo negro cogido de la boca: una
foca anillada. Se ha ido arrastrando su captura
por la nieve, completamente ajeno al grupo
que desde la cubierta del barco no le quitaba
ojo. Yo estaba muerto de la emoción:
viendo en acción al oso polar, el rey
del Ártico, el mayor depredador terrestre
del planeta.
El oso ha arrastrado
la foca bastante lejos, hasta que ha encontrado
un sitio que le ha parecido convincente, y
ha empezado a comer. Para entonces ya le sobrevolaban
varias gaviotas hiperbóreas, ansiosas
por sacar algo del festín. Las focas
anilladas, la pieza básica de la dieta
del oso polar, pesan entre 50 y 100 kilos
cuando son adultas, y un gran porcentaje de
ese peso es pura grasa. Este energético
botín es lo que buscan los osos, y
de hecho muchas veces - si no están
muy hambrientos - solo comen la grasa y dejan
el resto para otros animales. Hemos seguido
observándole desde la distancia, hasta
que ha acabado el almuerzo y se ha alejado
satisfecho, con la barriga llena de grasa
de foca. Felices por su suerte (y la nuestra),
nos hemos ido a comer.
Cuando pensaba
que el día no podía mejorar,
Geoff ha propuesto ir a ver de cerca los restos
del festín. Nos hemos puesto los trajes
especiales, con flotadores incorporados, y
hemos bajado al hielo por una escala desde
la cubierta del barco. Según han comentado,
los paseos por el hielo marino tienen dos
reglas básicas: no caer al agua, y
no dejarse comer. Para esto último
no hace falta correr más que un oso,
basta con no ser el más lento del grupo.
El oso, y las
gaviotas después, habían hecho
un buen trabajo: de la foca apenas quedaba
el esqueleto y las afiladas garras de sus
aletas. Jon ha cogido unas muestras de la
piel, las garras y lo dientes, y Gert ha tomado
una muestra de la nieve pisada por el oso:
un laboratorio nos ha pedido probar un método
experimental para extraer el ADN de huellas
de animales en la nieve (bastante alucinante).
Después hemos seguido el rastro de
sangre, que nos ha llevado hasta un respiradero
de la foca en el hielo pegado al pequeño
trozo de iceberg. Allí el equipo ha
reconstruido los últimos instantes
de vida de esta desafortunada foca anillada:
el oso rodeando silenciosamente el pequeño
iceberg, la foca ocultada en su respiradero
bajo un tejadillo de nieve, un zarpazo, un
certero bocado y fin. Así es la vida
en el Ártico.
Es un privilegio
absoluto poder observar al oso polar en su
entorno natural, y mucho más presenciar
una escena como la de hoy. Después
de vivir esta increíble experiencia
no puedo imaginar un planeta sin osos polares,
pero la realidad es que nuestra inacción
contra el cambio climático está
transformando dramáticamente el Ártico
y poniendo en peligro el futuro de muchos
de sus asombrosos habitantes. Creo que no
podemos permitirnos que este majestuoso animal,
y su salvaje hogar de hielo, desaparezcan
para siempre. |