Publicado el
13 abril 2014 | Confiaba en que soportaría
con dignidad la primera noche en el RV Lance,
y casi lo consigo. Salimos de Longyearbyen
el viernes por la tarde entre la niebla, y
varias horas después alcanzamos el
mar abierto… Y las olas. Una ligera marejadilla
para los locales, pero suficiente para dejar
fuera de juego a los menos experimentados
en asuntos marinos. Tres pastillas contra
el mareo después, me quedé dormido
ya muy tarde, deseando estar en una cama que
no saltara.
Hasta que alcanzamos
el hielo. El sonido me recuerda al de un barco
tocando un fondo de arena. Un golpe y luego
sólo se oye el siseo del casco del
Lance cortando el hielo. Subo corriendo hasta
el puente de mando y la vista me compensa
con creces por el mareo del día anterior.
Montañas nevadas y crestas afiladas
iluminadas por la luz del amanecer, que igual
que el atardecer, dura unas cuantas horas
en esta época del año. Del fiordo
cubierto de hielo emerge directamente un paisaje
alpino. El extremo noroeste de la mayor isla
de Svalbard fue lo primero que vieron sus
descubridores holandeses, y por algo la llamaron
Spitsbergen: “Montañas puntiagudas”.
Al final hemos
comenzado a rodear la isla por el norte y
no por el sur, como estaba previsto. Las temperaturas
han sido muy altas y el hielo marino de la
costa sureste es muy delgado, demasiado como
para que puedan aterrizar los científicos
del Instituto Polar Noruego con su helicóptero.
Aquí el cambio climático no
permite mirar hacia otro lado. Para alguien
como yo todo es nieve, hielo y frío,
pero quien conoce el Ártico ve perfectamente
lo que está pasando.
El primer signo
evidente aparece al mediodía, cuando
alcanzamos las aguas abiertas del Liefdefjorden.
Jon, del Instituto Polar Noruego, nos cuenta
que en los 12 años que lleva trabajando
en Svalbard, nunca había visto este
fiordo libre de hielo. El tiempo es bueno
así que salen por primera vez con el
helicóptero en busca de osos, y mientras
tanto navegamos hacia el fondo del Liefdefjorden
para acercarnos al glaciar Mónaco.
Es descomunal, 4 kilómetros de ancho
en el frente. El líder de nuestra expedición,
Gert Polet (un alegre holandés que
ha recorrido medio mundo intentando salvar
especies), me enseña un pequeño
islote muy alejado del glaciar, que hace apenas
una década estaba cubierto por el hielo.
Este gigante, como otros muchos por todo el
Ártico, ha retrocedido a un ritmo terrorífico
en estos años.
Nos alejamos
ahora hacia una isla al este de Svalbard,
Nordaustlandet, donde esperamos encontrar
mejores condiciones en el hielo marino, y
más osos. La niebla nos acompaña
otra vez pero esta noche no hay olas, y una
morsa con su cría se despiden de nosotros
desde unos pedazos de hielo a la deriva. Mañana
pinta bien el día.
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